VIRGEN MARIA


LA ASUNCIÓN DE SANTA MARÍA VIRGEN

Terminado el curso de su vida terrenal, la Santísima Virgen María fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo. Esta verdad es conocida como el dogma de la Asunción de María.

El Papa Pío XII, asesorado de manera especial por el Espíritu Santo, ha definido solemnemente el dogma de la Asunción de María a los cielos en cuerpo y alma, en el año de 1950. Esto no quiere decir que se lo sacó de la manga y que lo inventó. Él tan sólo definió y proclamó una verdad que permaneció en la Iglesia desde sus orígenes hasta nuestros días.

¿Qué dice el dogma de la Asunción de María?

Ya antes de 1950 dábamos los católicos cultos a la Virgen en su Asunción.

Para definir este dogma, el Papa consultó a la Iglesia y los católicos, obispos, sacerdotes y fieles, dijimos que sí. Pidió a los fieles de todo el mundo que expresaran su opinión adornando sus hogares y parroquias de azul y blanco ¡y lo hicieron! Todo el pueblo se engalanó con los colores de la Virgen.

¿Dónde en la Biblia dice que María fue asunta al cielo?, suelen preguntar hermanos cristianos que están esperando encontrar en algún libro bíblico una frase que diga tal cual: “y María fue asunta al cielo”, y como no la encuentran, dudan de la Asunción de María, afirman que sólo pueden creer en lo que está escrito en la Biblia (afirmación, por cierto, que no está escrita en la Biblia…).

No todas las verdades de fe en las que creemos aparecen en la Biblia escritas como frases que claramente expresan dicha verdad, pero ello no significa que no tengan fundamento bíblico, lo tienen, pero hay que deducirlo del texto. La Asunción de María es ejemplo de ello.

En la Biblia leemos que la Ley de Dios pide honrar al padre y a la madre (ver Ex 20,12); que María y José eran cumplidores de la ley (ver por ej: Lc 2,22-24), y que Jesús la cumplía también (ver Mt 17, 22-27). Podemos por tanto deducir que Jesús honraba a Su Madre, y cabe pensar que siendo Él Dios, no quiso limitarse a honrarla sólo mientras vivía en este mundo.

Hay un Salmo que dice: “No dejarás que tu fiel experimente la corrupción” (Sal 15, 10-11), y entendemos que se refiere a que Dios no dejó a Jesús en el sepulcro, pero bien puede aplicarse también a María, porque Ella fue siempre fiel.

Si Cristo no experimentó la corrupción, ¿permitiría que su Madre amada la experimentara? ¡Claro que no! Si por los méritos de su Hijo, Ella fue preservada del pecado, podemos deducir que también por Él fue preservada del sepulcro.

Dice el teólogo Scott Hahn en su libro “Dios te salve, Reina y Madre”, que Cristo, que honró a Su Madre librándola del pecado original, no se conformó con eso, sino que quiso honrarla también otorgándole “la resurrección corporal y la gloria del cielo”, y cita al Papa san Damasceno, que escribió: ‘La que albergó a Dios en su seno, ¿cómo iba a ser devorada por la muerte?, ¿Cómo podría la corrupción atreverse a invadir el cuerpo que había recibido dentro de sí a la Vida?’.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que:  “La Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte’.

La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos.” (CEC # 966)





ORACIÓN A MARÍA EN LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

“Sea bendita, oh María, aquel bienaventurado momento en el que de tu carne vestiste al Hijo de Dios…”

Una humilde oración para recordar el anuncio del ángel Gabriel y el sí de María:

Sea bendito, oh María, aquel saludo celeste que dio al anunciarte el ángel de Dios. 
Ave María…

Sea bendita, oh María, aquella gracia sublime de la que plena te predicó el ángel de Dios. 
Ave María…

Sea bendito, oh María, aquel anuncio feliz que desde el cielo te trajo el ángel de Dios. 
Ave María…

Sea bendita, oh María, aquella profunda humildad, con la que te declaraste Esclava de Dios. 
Ave María…

Sea bendita, oh María, aquella perfecta resignación con la que te subyugaste a la voluntad de Dios. 
Ave María…

Sea bendita, oh María, aquella angélica pureza con que recibiste en tu vientre al Verbo de Dios. 
Ave María…

Sea bendito, oh María, aquel bienaventurado momento en el que de tu carne vestiste al Hijo de Dios. 
Ave María…

Sea bendito, oh María, aquel afortunado momento en el que te convertiste en madre del Hijo de Dios. 
Ave María…

Sea bendito, oh María, aquel afortunado momento, en que comenzó la humana salud con la Encarnación del Hijo de Dios. 
Ave María…

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MARÍA Y LA EUCARISTÍA
Padre Moisés Lárraga

Jesús está en todo su cuerpo, su alma y su divinidad, en el Santísimo sacramento de la Eucaristía. Él quiso quedarse entre nosotros para que nosotros tuviéramos Vida, y Vida en abundancia: “Yo Soy el Pan Vivo bajado del Cielo; el que come mi cuerpo y bebe mi Sangre tiene Vida Eterna”.

  La Eucaristía es el alimento que NO perece. Cuando nosotros recibimos diariamente el Cuerpo de Cristo estamos configurándonos con Cristo, y cuando recibimos el Cuerpo y la Sangre de Jesús ¡es Dios mismo quien está en nuestro corazón! 
Es el mismo Espíritu quien se hace presente a través de esa unión grandiosa que tiene la Santísima Trinidad.

 Cuando recibimos el Cuerpo y la Sangre de Jesús, de alguna manera estamos recibiendo algo de la Santísima Virgen, pues hay que recordar que ella fue quien le dio el cuerpo y la sangre a Jesús, y que Jesús fue engendrado en las entrañas purísimas de la Santísima Virgen, por obra y Gracia del Espíritu Santo. No estoy diciendo –que quede claro- que en la Sagrada Comunión recibimos también a la Virgen María ¡No, de ninguna forma!, sino que de alguna manera recibimos algo. La carne de Jesús se gestó en el vientre de la Virgen María.

San José es solo el padre adoptivo de Jesús, con todo el mérito y gracia que su paternidad requiere: castidad y santidad, pero no es él quien engendró a Jesús sino el Espíritu Santo.
Así pues, la Virgen María tiene una estrecha e íntima relación con la Eucaristía, y ella en muchas de sus apariciones nos pide que recibamos el Cuerpo de Cristo diariamente. 

Pero 
¿qué hemos hecho de la Eucaristía? Para muchos sólo es el relleno de sus fiestas. La Misa dominical se ha convertido en una rutina, una obligación. Llegamos a ella mal vestidos: con vestidos escotados y deshonestos, y entallados… 

¿Qué hemos hecho de la Eucaristía? En las ceremonias familiares como bodas, 15 años, bautismos o primeras Comuniones preparamos todo, las flores, el pastel, la música, padrinos de todos colores y tamaños –sí- preparamos todo menos la Eucaristía. 
Los novios llegan sin confesarse, con aliento alcohólico, las novias con escotes pronunciados y sin mangas. Se la pasan todo el tiempo de la ceremonia posando; se suben al Altar fotógrafos irrespetuosos; están platicando, esperando la bendición final para irse al banquete, a la francachela…

¿Qué hemos hecho de la Eucaristía? El Señor como un relleno de un día de fiesta en nuestras ceremonias. Los funerales que les llamamos “Misas fe cuerpo presente”, es más bien Misa de muerto ausente ¡jamás en la vida se vio al difunto en el Templo….

Los Sacerdotes ¿Qué hemos hecho de la Eucaristía? Muchos –no todos- Misa rutinaria, fría y sin motivación. No vemos lo que al pueblo le gusta, requiere y necesita. A algunos malos Pastores les hace falta leer el Salmo 22; sermones aburridos y dormilones, sermones que nadie les entiende; celebramos sin estola, sin ornamentos y a la carrera, y sin ninguna espiritualidad ¡prédicas que ni el mismo diablo entiende!

¿Qué hemos hecho de la Eucaristía? Uno de los regalos más grandes de Jesús ¡¡¡DESPRECIADO EN EL SAGRARIO!!! Días, meses, años esperándome en el silencio de un Templo, sin más compañía que una sucia y vieja lamparita roja.

Comuniones sacrílegas en pecado mortal, manchados de alma y cuerpo, comuniones en las ceremonias por conveniencia porque “qué dirán si no comulgo”. Otros indiferentes sin recibir el Cuerpo del Señor como diciendo “no me importas Jesús, no te necesito, no te recibo, así está bien”; guardamos distancia.

¿Qué hemos hecho de uno de los Tesoros más valiosos de la Iglesia Católica? La Eucaristía, que es el centro y vida de la Iglesia se ha convertido en liturgias muertas para muchos católicos. Se va a la Eucaristía, a la Santa Misa sin ninguna preparación; se llega a la Misa dominical tarde, se platica, se mastica chicle; incluso algunas parejas se paran en la pared de atrás en los Templos y se están besando. Cuando llega la hora de la Comunión más de la mitad de los asistentes a la Santa Misa ¡no pasan a comulgar!, y ¡cuántos de los que pasan a comulgar van sin haberse confesado!, o llegan después de comulgar cantando, gritando o platicando. 

¿Qué hemos hecho de la Eucaristía? Los brujos la buscan para sus actos sacrílegos, la buscan ¡la reconocen como un Poder!, aunque para lo que la requieren es un insulto a Dios, es un Sacrilegio. Los satánicos la hurtan para cometer actos abominables con ella ¡muchos católicos no la valoramos!

La Santísima Virgen en sus apariciones más importantes y aprobadas por la Iglesia, nos pide que comulguemos diariamente, que Oremos, que hagamos penitencia. Ella nos habla de la gran necesidad de conversión; de los peligros que amenazan a la humanidad; los tiempos difíciles que enfrenta el hombre, y que recibiendo a nuestro Señor diariamente el hombre se santifica.

Es necesario hermanos caminar hacia la Santidad por los caminos seguros que la Sagrada Eucaristía nos propone. La Eucaristía tuvo su origen en el corazón de los Evangelios: “Tomad y comed todos de él”, “haced esto en memoria mía”. La Iglesia Católica durante 2000 años se ha sostenido, se ha alimentado y ha caminado en torno a la Eucaristía. Sin ella ¿qué sería de nuestra vida litúrgica? La Eucaristía no es tan solo un memorial, es el Sacrificio del Calvario que vuelve a tomar vida en cada Eucaristía. Es Cristo quien se inmola por nosotros los pecadores al Padre Celestial.

Ahí también en cada Eucaristía está nuestra Señora nuevamente, en cada Eucaristía vuelve a convertirse el vino en la Sangre Cristo. El Sacerdote deja de ser el hombre que subió al altar para convertirse en otro Cristo; se vuelve a realizar el Milagro, y los fieles ante el espectáculo del Gólgota deben doblar sus rodillas, deben inclinar su cabeza, deben de ir a este acto incruento y salvífico decentemente vestidos; poner toda su atención en la maravillosa Palabra de Dios. Dios Padre que habla en las primeras lecturas, y Jesús el Señor –el Kyrios- que nos habla en el Evangelio. 

¿Qué hemos hecho de la Eucaristía? ¿Cómo la valoramos? ¿Cómo la vivimos? ¿Cómo respetamos y amamos a los Sacerdotes? ¿Cómo nos comportamos los fieles? ¿Cómo nos comportamos los Sacerdotes, los «Alter Christus», ¿los otros Cristos de la tierra?
Las lágrimas de la Virgen María son amargas ¡lágrimas de dolor y angustia!, lágrimas por su Hijo aún ahora injustamente tratado; lágrimas de angustia por los hombres y mujeres que retamos la Ira de Dios; lágrimas amargas por nosotros los Sacerdotes que cada día parece ser que el mundo, el Demonio y la carne nos van seduciendo y atrayendo con más fuerza, disfrazado de Luz, convertido en lobo rapaz que viene a atacar las ovejas del rebaño de Jesús.
Frivolidad y hedonismo, materialismo, desorden sexual, impurezas; consumismo, abuso de autoridad. Filosofías falsas, prepotencia, envidia y celos; celos espirituales y crítica, calumnia, muerte, vicios y destrucción es el ropaje que utiliza Satanás para engañarnos. 

María -la llena de Gracia- la Virgen del Cielo, la Madre de Jesús y de los hombres está estrechamente unida a la Eucaristía. Sólo con Jesús podemos salvarnos “sin mí nada podéis hacer”.
Sólo con María podremos amar a la Eucaristía. Pidamos a nuestra Señora, a la Señora Bonita, que nos acompañe, nos guíe y nos enseñe a amar a Jesús en la Hostia Consagrada, a amar la Sagrada Eucaristía: el Cuerpo y la Sangre de Cristo, pues sólo por Jesús iremos al Padre y sólo por El llegará la salvación a nuestras vidas. 

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